A los seres humanos les resulta difícil mantener la felicidad. La persona parece haber aceptado el hecho inevitable de que la vida es un movimiento entre la alegría y la tristeza. Que en la vida, aunque hay momentos fantásticos, estupendos, parece inevitable pasar por el opuesto: el dolor y el sufrimiento. Las personas, cuanta más edad tienen, más aceptan este destino singular. La resignación surge como el único destino posible.
Todos los caminos espirituales nos indican, de una forma u otra, que se puede escapar de este destino irremediable, es decir, que la infelicidad no es una resultante inevitable del nacimiento. Es cierto que en la existencia hay sufrimiento. Pero, al mirar limpiamente, descubrimos que la mayor parte de ese sufrimiento se está generando en la mente, a causa de la interpretación: por el hecho de estar más pendientes del objeto que del sujeto real.
La atención no objetiva. El mirar sin interpretar: sin calibrar. La mirada simple y serena, que no busca nada: simplemente siendo lo que soy. Acaso sea la solución. El mareo de la identificación resulta una tortura china. El infierno en la vida.
La profundidad de la vivencia, el descubrimiento de otra dimensión distinta a la del mundo de las apariencias, me va situando en una vida nueva. Todo es como es y no se puede hacer nada para cambiarlo. Aceptar sin resignación, de verdad, por comprensión. Sin que quede nada a nivel subconsciente. La aceptación activa: sin aceptador. Hago todo lo que puedo, todo lo que creo que se debe hacer, sin esperar nada a cambio. Hacer en cada momento lo que uno ve correcto hacer. No importa el resultado. Lo importante es el Yo: eso que no cambia, que es inmutable, permanente, detrás de todo cambio, de todo proceso existencial. La importancia no reside en las situaciones que vivo, sino en cómo las vivo. Contemplar el despliegue del existir, sin pretender nada. Observo como un niño la vida manifestándose, expresándose en millones de matices diferentes. Esa vivencia resulta diferente a la experiencia de despertarse todas las mañanas y pensar en la desgracia de la vida personal, en la monotonía, en que no soy feliz porque no tengo suficiente dinero o no tengo suerte. Todo ello sólo es un error, ya que la felicidad está en mí en cada momento. Nunca me ha dejado. Se trata de no buscar. De comprender sin interpretar, de Ser sin pensar que se es.
La felicidad no está en ninguna dirección señalada por la mente. No debo esforzarme por quedar bien, por ser brillante, por hacer las cosas mejor que nadie: sería otro error. Cuando se empieza a comprender la felicidad, se descubre que consiste en no hacer nada, haciéndolo todo.
La felicidad surge de la subjetividad, no crea cadenas, es libre y genuina. No tiene nada que ver con la felicidad como resultado de un éxito, de un apoyo mental. La auténtica felicidad es sin motivo, sin razón, sin por qué ni cuándo. La infelicidad es la resultante de los pares de opuestos. De la mente identificada. De la esclavitud, de la identificación personal: de creer que uno es un ser limitado, con un principio y un fin, tiranizado por unas fuerzas externas que no controla. Y que en la mayoría de los casos hay desenlaces inesperados: la muerte, la enfermedad, los desastres naturales. Hoy, ahora, en este instante preciso, en un instante eterno, sin tiempo, sin contenidos ni continente, fuera del karma, está encerrada toda la sabiduría: yo soy el que soy. No he nacido nunca y nunca moriré. No soy de este mundo. Ni de un tiempo preciso. No tengo edad. Ni padres. Ni familia. Ni Dios creador. Ni estoy limitado. No soy alto, ni bajo. Ni guapo, ni feo. No soy amargo, ni dulce. Estoy en todas partes y en ninguna. Nada puede ser sin mí. Nada me controla ni me limita. Nada es inferior o superior a mis ojos.
Si soy capaz de mirar limpiamente, de olvidarme del mundo, de los deseos mundanos, podré empezar a intuirlo, a acercarme a él, a ese Yo. No hay nada fuera de él que merezca la pena. El destino de todo es la putrefacción, la muerte. La desgracia es la aliada del destino. No te enamores más del tiempo. Las formas son pasajeras. Sólo hay seguridad en él. Sólo hay auténtica felicidad en él. Deja de buscar en los objetos y de sufrir por lo inevitable. Acepta. Que en cada momento la voluntad de Dios sea el hecho fundamental de la vida. La búsqueda termina en la no búsqueda. En comprender que no hay nada que buscar. Que nunca me he ido. Que siempre he estado presente. Que yo soy tú y que tú nunca has dejado de ser Yo. La felicidad no es sólo para unos pocos. Es gratis. No cuesta dinero, ni grandes esfuerzos. No está aquí ni allá, no tiene obligaciones ni favoritos. Está en todas partes. Sólo se debe abandonar lo falso. Las mentiras de la mente interpretativa.
Felipe García
Sobre la felicidad
La Felicidad da mucho de que hablar, todo los movimientos humanos se hacen por buscarla, el tener hijos, el tener una pareja, un coche… Se esconden muchos deseos detrás de la felicidad, tiene muchos recodos eso que llamamos felicidad, ¿a que llamamos felicidad?, ¿qué grados se pueden ver de sinceridad o entendimiento en ella?
La Felicidad es el motor humano que nos moviliza, en un aspecto negativo y máximo, es la que nos vuelve neuróticos, la que nos vuelve drogadictos, aberrantes sexuales, la que hace matar y nos vuelve violentos.
Si realmente pudiésemos ver la bondad que hay en el corazón de todas las personas (el saber que cada uno busca el bien, pero que desde la identificación, ese bien es personal) otro gallo cantaría. La identificación hace que la felicidad sea paranoide y personal, cuando es así, no existe la felicidad, existen las dependencias y los miedos…
La felicidad no es dependencia, no depende de nada, ni de ella misma…, es principio de todo, es armonía, es un gusto, un sabor, todas estas agregaciones son sus “generales”, pero ella es la reina, es por ella todo.
En el aparente exterior vibra toda su belleza, pero no es ella, ahí esta el problema, la buscamos fuera, y está dentro, ¿pero dentro de que? Si cojo un sacacorchos no la encontraré abriéndome la cabeza o el pecho, es algo más profundo, más básico, más íntimo, esencial… Siempre a estado ahí, es por eso que no nos damos cuenta.
Todo estado de Felicidad, procede de la dualidad, desde lo natural no se puede hablar de la Felicidad porque ella es…, uno no va por la calle diciendo que tiene piernas o brazos porque es obvio. Lo mismo pasa con la Felicidad, sólo habla de ella el que vive la dualidad, no la unidad, ya que la felicidad es relación: felicidad-tristeza.
Por lo tanto, la Felicidad Real (más esencial, más base) se manifiesta en un sentido englobador y no personal en el sentido de que todo está bien, todo es un gozo, armonía en si-misma, pero suele pasar que al ser explicada, se a de bajar a conceptos duales, desde donde hay dos, y ahí, el perfume se a caducado, aunque estén muy bien indicados, los aparentes sabores pueden parecer muy buenos, pero el sabor del melón se a de probar para ser vivenciado…
Todo mantiene un orden como base en su estado natural, ese estado natural es la felicidad implícita en todo, todo es disfrute del deleitador no identificado, sólo existe “Boga”(disfrute, gozo) para el iluminado, ya que todo es reflejo de su propia conciencia, no hay nada más.. El aparente sufrimiento es sólo la identificación personal arraigada a través de los sentidos y formas.
El dolor físico no tiene nada que ver con la felicidad, uno puede ser feliz y dolerle las muelas, la muela es la muela y hace su función de avisar de que no va bien, por lo tanto ese bien, ese aviso, es la gran llamada sabia que hay en todo.
“Todo dolor, todo sufrimiento, te está llamando a la felicidad, la felicidad es la base de toda existencia…”
El secreto para ser feliz está en lo más básico que se debería hacer, el estar atento, muy atento, en la atención misma…, ahí no hay nadie que sufra porque el ego se disipa…
La espiritualidad es el único camino para ser feliz, ya que conduce a lo real, cualquier otro camino te lleva al sufrimiento, al error, no se puede ser feliz siendo un yo que hace y dice…
Hasta el asesino más cruel, en su acto busca la felicidad (claro está, una felicidad identificada).
Nada esta funcionando para sufrir, si por lo contrario aparece ese sufrimiento en su aspecto más intenso, se destruye esa forma…
Todo aparente sufrimiento es escuela de felicidad, es el examen divino y bienvenido que prueba al Shadaka (al aspirante espiritual)…, si permaneces estable ante el, has aprobado, si te toca pero lo ves con claridad, se aprueba con un suficiente, pero si te hunde, has suspendido, hay más apegos que demanda o interés por Dios o lo Absoluto (como se le quiera llamar a lo “sin nombre”).
La felicidad no es lo Real, no nos confundamos…, ella es lo más cercano a esa Realidad, dentro de las apariencias…
Ella es inherente en toda forma viviente, es el perfecto bien que hay en todo.
Todo observado como si fuera la primera vez, es sintoma de esa felicidad…
Las personas que, aunque están en su identificación pero rebosan una alegría algo más pura que lo normal, irradian a su alrededor, gustan a todos y atraen un karma positivo o bueno en su compañía (aunque la realidad como hemos dicho, no entiende de buenos ni de malos).
La auténtica felicidad no se puede describir por la persona identificada ya que de lo único que sabe es de poseer, apegarse, y con sus deseos es feliz.
El dolor psicológico nos está llamando a la felicidad, son campanas de aviso de que por ahí no es, que esa no es la dirección correcta, mira porque hay algo que no está funcionando bien. Como decirle a la persona que sufre depresión que está en ella porque quiere ser feliz, como decirle a quien sufre anorexia que la sufre porque quiere ser feliz, como decirle…
Sólo el bien es, no hay dos, aunque está mal dicho, ya que estamos poniendo la palabra bien y entonces también está el mal, pero todos los conceptos espirituales parten de la memoria, son indescriptibles, no son intelectualizables, y cuando se intenta intelectualizar, es por un apego a los conocimientos, no a otra cosa…
Rafael Carrión
¿Existe la verdadera felicidad, que siempre sea perdurable ante cualquier circunstancia?
Como personaje (persona dentro de un limitado espacio-tiempo), la felicidad NO existe. Como identidad más verdadera, más real que el personaje, más auténtica como Ser absoluto del cual somos una manifestación, SÍ existe dicha felicidad. La cuestión es saber quién o qué somos realmente. A partir de ese punto, surgirá con mayor o menor intensidad la búsqueda hacia el exterior de la felicidad, la cual ya somos, aunque permanece dormida o cubierta por un error de creencias (ideas), lo que nos lleva a vivirla como una falta.
Solemos escuchar que, aparte de tener salud, lo más importante es ser feliz, estar contentos, de buen humor, sentirse bien, no sufrir, etc. Este sentirse feliz lo detectamos en ciertos momentos cuando acabamos de conseguir algo que deseábamos, ya sea algo material por lo que hemos trabajado o algo en lo que hemos destacado, convirtiéndonos en el mejor, el más inteligente u original; o bien cuando no nos sentimos solos y tristes, cuando nuestra afectividad está llena, porque nos necesitan, nos quieren, etc. Se trata tan sólo de momentos de felicidad que no perduran, ya que todo es cambiante y pasajero. Las experiencias pasan, aunque queremos que permanezcan y deseamos que suceda cierto hecho para sentirnos otra vez felices. La mente es insaciable, no para de pensar y pensarse; al igual que nuestros pulmones constantemente tienen aire, así nuestra mente no cesa de almacenar información, experiencias, recuerdos. Si únicamente usáramos la mente como ayuda para realizar las cosas que nos son necesarias y ver lo que hay, sin nada más añadido, sería lo auténtico sin problemas. Pero no resulta así, ya que surge el mecanismo de interrelacionar información, conceptuar, etc., el hábito de maquinar, de pensar, de desear ciertos aspectos para mejorar a nuestro personaje porque siente la falta de algo.
Es un error de identidad creer que somos esta mente pensante. Y al hacerle caso, alimentamos al personaje, y nos vuelve a liar otra vez con preocupaciones, quejas, comparaciones, críticas y búsquedas de ideales para llenarnos de felicidad. Estamos identificados con todo este montaje mental: nuestra idea como persona, nuestra idea de cómo conseguir la supuesta felicidad a través de deseos y búsquedas exteriores. Existe un conformismo social (no se conoce nada más) que lleva a la siguiente afirmación: «Es normal, a todo el mundo le pasa: la felicidad sólo existe a ratos». Ciertamente es así, pero sólo en este limitado mundo mental del personaje (el mundo de las creencias y de las ideas).
¿Nos hemos preguntado alguna vez por qué hay en mí siempre esa búsqueda de ser o sentirme más feliz? ¿Nos hemos dado cuenta de que detrás de todo deseo hay la voluntad de ser más feliz? Sentimos ese anhelo porque la felicidad ya está en nosotros. Somos la felicidad pura, y únicamente hay que descubrir lo que permanece tapado por nuestras ideas y creencias. Entonces nos daría igual ser felices o no, de la misma forma que a un bebé no le preocupa nada; tan sólo reclama cuando necesita cubrir alguna de sus necesidades básicas y no cesa hasta conseguirlo. El bebé no se conforma ni se plantea el porqué de esa falta, ni tiene todavía estrategias mentales para conseguir estar mejor. Nosotros no tendríamos que conformarnos ni pensar que nos ha tocado vivir así, porque siempre ha sido así, que es lo normal, y ser feliz tan sólo es posible a ratitos.
El no detenernos hasta encontrar el camino verdadero para nuestras inquietudes innatas y auténticas búsquedas nos hará estar atentos, despiertos a lo que sucede, discerniremos más entre lo falso, lo erróneo y lo verdadero, sintiendo más amor incondicional (sin deseos, sin apegos) y surgiendo una mayor libertad y felicidad. Una felicidad sin emociones, eterna.
Dejaremos la dependencia de cosas, personas, las mismas situaciones con las mismas respuestas. Al desidentificarme de todo lo que creía ser hasta ahora (cuerpo-mente, personaje), se acabarán los deseos interesados, los apegos con sus dependencias y las limitaciones, encontrándome en equilibrio en mi centro de atención como testigo de todo. Eso nos llevará a la paz mental, donde surgirá la verdadera libertad (sin el yo personaje con sus montajes y creencias mentales). Y esta libertad nos conducirá a la felicidad eterna que ya somos.
Hay que vaciar ese «yo» querer ser o tener algo, o sentirme de una determinada manera. Hay que reconocer que ese querer, ese desear es personaje, y que ese personaje es temporal, variable, impermanente, limitante, por lo que sólo nos va a dar felicidad limitadora y temporal.
Hay que darse cuenta de que tú no eres el que actúa, es la pura energía la que actúa a través de ti. Tampoco eres el que se da cuenta, eres la atención misma, el testigo del que se da cuenta, el observador de todo, y ese todo también eres tú. No es que tú tengas inteligencia, sino que eres la inteligencia total. Tú no eres a quien le vienen momentos de felicidad por un ratito y a causa de una circunstancia, sino que eres la felicidad total y pura que a través de ti (como instrumento) puedes saborear y serla.
Marga Rovira.
¿A qué se llama comúnmente felicidad?
En general, se suele entender por felicidad la sensación de satisfacción que se experimenta al alcanzar algún deseo o evitar una experiencia dolorosa.
De esta definición, se desprenden dos consecuencias negativas:
1.ª Que la felicidad, así conceptuada, viene del «exterior» y depende de «personas», «cosas» y situaciones.
2.ª Buscar este tipo de felicidad me aleja de la vivencia de presente/presencia, del aquí/ahora, de lo real, del instante atemporal, pues se mueve en la temporalidad, en lo mortal, en el sueño, navegando entre el pasado (miedos) y las proyecciones de futuro (deseos).
Desde esta perspectiva, parece de sentido común considerar que esta felicidad no es la solución, ni la respuesta a mis anhelos, ya que resulta bastante aleatoria (por no decir «misión imposible») y, además, no me lleva a vivir despierto. Y si no vivo conscientemente, ¿cuál es el valor de las experiencias?
Una vez realizado este pequeño análisis por vía negativa, evidenciando lo que no es felicidad, intentemos analizarla por vía positiva (al ser existencia, la puedo positivizar, caso distinto sería tratar de exponer por vía positiva la Última Realidad). Dicho de otro modo, qué características tendría, dónde se encontraría, una felicidad ideal/real.
¿A qué deberíamos llamar felicidad real?
Visto lo expuesto anteriormente, podemos asentar dos premisas:
1.ª La felicidad real no debe depender de nada (ni «nadie»), sino que debe ser sin objeto, incausada.
2.ª La felicidad real debe estar en el aquí/ahora, en todo momento y circunstancia.
(Recordemos la sentencia tántrica: «Lo que está aquí está en todas partes; lo que no está aquí no está en ninguna parte», o dicho en otras palabras: «Si la felicidad es algo por alcanzar, vaya sucedáneo de felicidad».)
¿Hay algo que reúna estas dos características?
Lo única respuesta posible a esta pregunta parece ser la SENSACIÓN DE SER, sentirse ser, la vibración Shiva/Shakti (en terminología sánscrita), el «Yo soy», o como lo queramos denominar.
Los místicos no duales védicos exponen que la primera manifestación del Ser, su naturaleza o su vibración primordial, es una tríada: Sat, Chit, Ananda. La existencia está hecha de las variedades de esta tríada (poder, energía, voluntad, valor; consciencia, inteligencia, forma; felicidad, amor, belleza, armonía) y sus interrelaciones; por lo tanto, la manifestación es un bien en sí.
Sin embargo, a muchas mentes nos cuesta vivenciar el aspecto Ananda de forma continua, mientras que hacerlo con el aspecto Chit o el Sat nos parece relativamente fácil, ya que lo percibimos como algo continuo e intrínseco.
Tratemos de investigar por qué sucede esto y sus posibles soluciones:
Las soluciones son obvias:
– Ante la identificación, primero comprobarla, objetivarla; segundo, no dar vida al enano infiltrado, y tercero, volver la mente hacia dentro, la metanoia decían los griegos, el camino de Nivritti afirmaban los védicos, y girar la mente como un calcetín comentan otros.
– Ante las creencias ciegas, hay que aplicar discernimiento, investigación.
También podemos dar varias pistas que sirvan como entradas o muktas a la vivencia de Ananda. Antes de exponerlas, conviene dejar claro que se debe olvidar todo concepto que tengamos sobre la felicidad, abandonar cualquier posible referencia sobre ella, pues la felicidad que conocemos, nacida en lo temporal, en lo dual, en el mundo de los opuestos, en el movimiento placer/dolor, no tiene nada que ver con la felicidad base, la simple dicha de sentirse ser.
Al despertar por la mañana o tras una siesta, ¿cuántas veces he observado que se me ha caído la baba de gusto, como si fuera un bebé? Probablemente, en muchas ocasiones.
¿Qué ocurre? Simplemente que me olvido de todo, principalmente de «mí», y me entrego al espacio, al cuerpo causal, a shakti, a mi intimidad, e inevitablemente brota ese gozo incausado desde lo más íntimo, irradiando al cuerpo y a la mente. Me vivencio como espacio-gusto, sin forma definida.
Estos momentos de entrada o salida del sueño profundo, que a veces capto con la memoria, se pueden utilizar como apertura a ese estado o como referencia a él. La primera vibración/spanda es de gusto por ser, que se irradia hacia fuera en forma de belleza, armonía, y se plasma como amor en la interrelación existencial. Asimismo, la comprobación de que el obstáculo entre la vivencia de dicha y «YO» es el «yo» resulta un descubrimiento importante. Este descubrimiento me puede llevar a acallar, por comprensión, el ruido mental proveniente de ese intruso y vivenciar más el silencio siempre presente al inicio, durante y después de toda experiencia, esa «nada», esa aparente poca cosa, alargando estos intervalos, hasta que la mente se sutilice y permita irrumpir esa vibración siempre presente de felicidad (y si no irrumpe, como decía Woody Allen, «No sólo no existe Dios, si no, encuentra un fontanero en domingo»).
Decimos que la existencia es armonía en sí, un bien, que está construida de amor/felicidad… Cuando detecto un dolor, puedo ver que surge del no dolor, de un fondo infinito (como marco y como profundidad) de bien. Por dicha razón, resalta ese dolor: por un lado, como detector inteligente de desarmonía y, por otro, porque mi intuición de bien está aclamando la plenitud que hay detrás.
Si centro mi atención en el fondo, en vez de hacia el dolor, comprobaré que el dolor se diluye en el fondo y que éste es puro bien continuo.
Como decía un Maestro, «Todos mis discípulos están realizados, lo que pasa es que no se han dado cuenta todavía» (evidentemente, todos sus no discípulos también estaban realizados).
La mente funciona por captación de contrastes. La vibración original Sat/Chit/Ananda dentro de la perennidad (aunque se trata de la primera ilusión, no deja de ser una ilusión) es lo más verdadero, lo más estable, lo más continuo.
No es de extrañar, por lo tanto, que la mente no capte la vibración Ananda, independientemente de las interferencias mentales existentes. Al ser lo más continuo dentro de lo relativo/existencial, la mente no la valora, no le produce contraste, es decir, le parece nada, poca cosa.
Algunos actos sencillos nos hacen vivenciar por contraste el gusto primordial; por ejemplo, tras recuperarme de una enfermedad, seguramente he dicho muchas veces: «¡Qué bien se está cuando se está bien!». El contraste me ha permitido vivenciar ese bien siempre presente y no reconocido. La consecuencia de la vivencia lúcida de esta experiencia es valorar y buscar, cada vez más, la plenitud simple del aquí/ahora. Otra experiencia seguramente vivida es la de tener mucha sed o hambre, o bien unas ganas apremiantes de orinar o defecar; y cuando por fin hemos saciado nuestra sed o apetito, o bien hemos satisfecho nuestras necesidades fisiológicas, ¡qué gran gusto hemos experimentado! ¡Que levante la mano quien no haya cantado el Mesías de Haendel en un lavabo! (perdón, ¡qué prosaico y poco espiritual!, ¡se me olvidaba que los seres realizados no defecan y sólo levitan rodeados de coros angelicales!). La vivencia de estos contrastes nos hará descubrir ese bien siempre latente, pero no codificado como tal debido a su continuidad y uniformidad, así como valorar el instante presente.
Como conclusión, podemos decir que la felicidad, en el proceso de espiritualización, es la que cuenta con más seguidores, más que la verdad (por eso, tan pocos se realizan, según dicen). Aunque la felicidad «real» (la otra ni la mencionamos) sea relativa o una ilusión (la primera), es lo menos relativo de lo relativo, o lo menos ilusorio de lo ilusorio, y parece constituir el paso previo para llegar a la identidad, a lo innombrable. Por lo tanto, intentemos vivenciarla cuanto más mejor.
Murió el abad de un convento y acudió el obispo a oficiar el entierro, y ante los monjes dijo: «Y ahora el abad, en el cielo, estará viviendo en la Gloria». Frente a esta afirmación, exclamaron a coro los monjes: «¡¡¡¿Mejor aún?!!!».
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