4.1 EVOLUCIÓN Y ETERNIDAD
Si desde la verdad emprendemos un camino determinado, llegaremos a la verdad. Lo que está al final, está al principio. Y en el error no hay camino real. La evolución es ese despliegue, ese desdoblamiento en el tiempo, de lo único. Desde el punto de vista de la evolución se divide en varios momentos lo que es un instante inseparable. Cuando evolucionamos, cuando nos vamos elevando, no hacemos más que volver al mismo lugar de donde partimos, después de haber dado un paseo a través del tiempo. Desenvolvemos un paquete único quitando muchas capas una a una, y eso lleva un tiempo. Ese tiempo sólo tiene una realidad proyectada en la conciencia.
Mientras vivimos esa conciencia proyectada como si fuera lo real, nos parece que evolucionamos. Desarrollamos unas capacidades, creyendo que conseguimos algo que estaba fuera de nosotros. Decimos: todavía no he adquirido esta cualidad, este poder, pero más adelante lo alcanzaré, me llevará tiempo. Creo conseguir algo que no tenía. Se trata sin embargo de desenvolver lo que siempre estuvo dentro, desde toda la eternidad. Nuestro pensamiento nos habla del tiempo, aparecemos en devenir constante, en un llegar a ser. Y así es desde ese lugar.
Todo está llegando a ser, todo está apareciendo y desapareciendo. En el proceso de crecer y desenvolverse todo cambia y se mueve. Pensando vemos como nuestra forma corporal va creciendo, madurando, envejeciendo. Todo este movimiento incesante que es la vida, es relativamente verdadero desde las relaciones, no en absoluto. Así sucede dentro del vehículo del tiempo que es nuestra mente pensante. Cuando estamos dentro del coche, tenemos una condiciones muy diferentes a cuando vamos a pie, y al dejarlo quedamos tal cual somos. Al entrar en el vehículo del tiempo, vamos evolucionando.
Notamos que nos falta lago y lo adquirimos con esfuerzo. Esto es evolución. Cada ser humano vive en su momento, en su nivel temporal. Son los hechos; no podemos desecharlos pero sí comprenderlos.
La sabiduría no consiste en eliminar algo de lo que veo, porqué no es verdadero. Nada de lo que aparece es desechable. Cada verdad es dependiente del nivel desde el que se mira. Y sabiduría es comprensión de los distintos modos de ver desde la visión única. Aprender a ver todo en su lugar relativo es lo inteligente.
Me doy cuenta de que todo está en cambio constante en mí y fuera de mí. Y a la vez vivo lo que es eterno, lo incausado, lo que no cambia, aquello a lo que nada falta, lo pleno. Es vivir lo temporal, lo fenoménico, a todos los niveles, desde la mirada que viene de lo eterno, de lo inmutable, del Ser que es. Eso se ha llamado <<lo sagrado>>, es lo real, y descubrirlo es iluminación.
La verdadera iluminación surge al tomar contacto con aquel ámbito lúcido de lo eterno. Allí tiene su origen la luz que todo ilumina, allí comienza la evidencia de la verdad que esa luz produce. Esa evidencia sólo llega con el silencio del pensar, y en ella se descubre que nada es como parece. Lo que más sorprende es que todo está bien, todo está en su lugar si se mira desde esa evidencia. Nada de lo que aparece es real, sin embargo todas las realidades relativas están incluidas en la realidad total.
La verdad sobrepasa todas las formas en las que lo real se presenta ante nuestros sentidos junto con los significados que el pensamiento pueda crear. Y, a la vez, las formas, las representaciones mentales, las situaciones posibles o maneras de ser, están incluidas en esa verdad total. En el silencio que se produce en lo eterno encontramos aquello que todo lo trasciende, mientras nos liberamos de la esclavitud del apego a las formas. Al permanecer lejos de todo lo cambiante, sobreviene la gran compasión, el comprender e integrar todo en Aquello.
La libertad de todos los apegos incluye la comprensión, el amor que lo recoge y lo abraza todo. No hay verdadero amor sin libertad, no hay libertad de los apegos afectivos cuando aún no ha brillado el amor. La mente contemplativa, la que ha descubierto el silencio, comprende que la verdad se presente a la mente pensante de esta paradójica manera.
4.2 DENTRO Y FUERA DEL TIEMPO
Algunos seres humanos se sienten libres de cualquier apego existencial cuando ven: <<esto no es>>, <<esto tampoco es>>. Queriendo salir de la esclavitud del tiempo, de lo ilusorio, se apartan de responsabilidades y lazos afectivos, porque sólo es real Aquello, sólo lo absoluto, sólo lo divino. Es una visión verdadera. Para otros es más real una diferente visión de la verdad. El amor a todos es lo único valioso. El sentido de la vida es el servicio a los demás. Y por eso se dicen a si mismos: no puedo conseguir nada para mí sin que los demás consigan. No importa atarme con responsabilidades, con ligaduras afectivas…Mezclaré mis energías con las de todos, porque no estamos separados. Somos uno.
A algunos nos atrae más la posición digna, y verdadera del que está libre, a otros nos mueve la actitud amorosa, verdadera también, de quien todo lo acepta. <<El que pierda la vida, la ganará>>, se dijo hace mucho tiempo. Unos queremos perderla de una manera y otros de otra. Podemos intentar las dos vertientes a la vez, porque, como los brazos derecho e izquierdo son dos aspectos de la misma verdad inteligente. El camino hacia la luz los incluye a los dos aunque en situaciones particulares parezcan irreconciliables.
Es posible ver la atracción, la belleza de ambas vías a la vez. El silencio eterno trascendente y la cooperación con la evolución humana. El amor que nos mueve a actuar, a movernos hacia la unidad y el silencio profundo expresión de esa unidad. Los grandes místicos vivían ya esta comprensión. Y no todos los sabios se retiraron a contemplar, o se dedicaron al servicio de los demás sin descanso. LA armonía es siempre expresión de la actitud verdadera. A mayor profundidad en la contemplación y el silencio, mayor actividad. No actividad nerviosa que quiere hacer cosas sin parar, sino realización creativa, que engendre en la verdad y la belleza.
En el camino hacia la luz se potencia la creatividad en las formas. Esto no suele presentarse tanto en la filosofía india, como en la china y japonesa. Y se manifiesta claramente en nuestra tradición. Aunque, como ya sabemos, entre nosotros han resaltado los extremos al mirar sólo la creación en el exterior o sólo la interiorización. Hay que comprender que no es posible la creatividad verdadera, la acción realmente trasformadora en cualquier nivel, sin que hayamos profundizado en la conciencia, sin que el silencio haya invadido, iluminándolo, cada rincón de nuestro ser. Antes se habrá percibido la brisa que viene de lo profundo y mitiga el ardor de la actividad cambiante en la superficie. No es posible la vida fértil en la naturaleza de las cosas, sin absorber el agua profunda y pura que vivifique lo que aparece.
¿Contemplaremos la luz para que nuestra acción sea creativa? No, la contemplación no puede basarse en llegar a ser algo, la contemplación desemboca simplemente en ser. Contemplar para ser la luz que contemplamos; esa es la vía verdadera. Y contemplar no es algo útil, se hace para nada. Hay una contradicción al tratarse de ser mejor o cambiar algo, al proponerse una meta y, como medio para alcanzarla, utilizar la contemplación. Eso no puede ser realizado porque la actitud, al hacerlo, ya es equivocada. ¿Qué significaría ir a lo incondicionado teniendo como meta lo condicionando, un objeto? La única meta aquí, es la contemplación misma. La luz por al luz. Nada más.
4.3 EL ASOMBRO
El tiempo es el gran hipnotizador de nuestra mente. Y la mente está hecha de tiempo. En esta limitación de lo temporal, nos sentimos un yo separado. Nuestra vida está hecha de tiempo, de duración, de memoria. Si deshiciéramos ese hipnotismo que se está adueñando constantemente de nuestro campo de conciencia, nos despertaríamos. Y se deshará únicamente contemplando la verdad del presente que es atemporal, libre de las inquietudes del tiempo.
Lo real no es del tiempo. Todo lo que vemos durar no puede ser real, porque lo está fabricando la mente. Son movimientos, giros de Aquello que es. Las imágenes, los símbolos que aparecen creados por al actividad mental, no habría que tomarlos como la realidad la cual no puede ser pensada. Y cuando contemplo, ¿qué contemplo? Lo que no está en el tiempo. Contemplar es aprender a salir de él. Nadie nos podrá decir que es aquello que no dura tiempo. Sólo encontraré símbolos, imágenes espaciales y temporales, ideas que lo representen. Tendré que encontrar por mí mismo el hilo a través del cual iré desarrollando mi madeja mental hasta llegar al origen.
El hallazgo de eses hilo está en lo verdadero que veo en este instante. No importa si está expresándose en palabras, en otra clase de símbolos o si no está representado. La expresión, la representación cae ya en el tiempo. Sólo con que me mantenga admirando esa verdad, contemplo. Y para ello tengo que estar sorprendido. Es lo que hicieron los antiguos filósofos griegos, miraron y se sorprendieron de lo que veían. Lo que transforma a cualquier persona en un filósofo, en un amante de la sabiduría es la capacidad del asombro. Un verdadero amante de la sabiduría no se conforma con las interpretaciones que de la realidad le proporcionan su tradición, su cultura, ni tampoco con las de otras tradiciones.
Directamente contempla la verdad que ama.
El asombro es algo extraño, tiene una oculta y misteriosa fuerza. Con él se paralizan los hábitos, los modelos de conducta justificados por el tiempo. Si no se produce el asombro, esa irrupción de lo nuevo en lo condicionado, la mente sigue su ciclo repetitivo una y mil veces, como una rueda imparable que siempre rodará por el mismo riel, como una incansable máquina de producir sueños. Sin el impulso renovador de la sorpresa, sin la admiración y la reverencia ante lo desconocido, se seguirán formando irreales entidades, se seguirá proyectando la limitación mental en deseos de formas cambiantes, se seguirá viviendo entre imágenes de sueños.
Al encontrarnos con lo verdadero se produce una para instantánea. Se corta la serie de viejas y repetidas asociaciones. El asombro ha paralizado la creación semiconsciente de ilusiones. Leemos que en textos antiguos de la filosofía de la India se recomienda la detención del pensamiento. E interpretamos que es necesario parar forzosamente el movimiento del pensar. Creemos que la comprensión de los conceptos es suficiente para poner en práctica lo que otros han dicho. Pero no podemos comprender lo real sin haberlo vivido, no basta con entender el sentido de las palabras sin conocer el lugar desde el que son pronunciadas. Sólo la vivencia puede desentrañar la verdad que yace oculta tras los conceptos, las imágenes y las palabras en las distintas tradiciones de la humanidad. Y al contemplarla, sólo la verdad ilumina a la verdad donde quiera que se encuentre.
4.4 ENTRE LAS AZUCENAS OLVIDADO
Contemplando confío, confío en la vida total. Recordemos a Juan de la Cruz cuando, mientras confiaba plenamente en aquello que contemplaba, decía:
<<Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado;
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado>>.
Me quedé ahí, sin nada más, habiendo escapado al tiempo. Dejé el cuidado, la angustia, dejé de tratar de ser algo. Lo olvidé todo entre las azucenas. Es preciso tener azucenas para que reposemos del cuidado, para olvidarnos de lo temporal. Si la mente es pura, pasar del tiempo a lo eterno es un salto imperceptible. Es fácil entonces dejar la memoria. Y surgirá la pregunta: ¿Cómo me haré puro? Tendré que bañarme infinitas veces en el agua de la verdad una. La pureza es siempre la pureza de visión. No hay otra purificación realmente transformadora. La visión limpia, transparente, deja la mente pura. Y con mi mente así puedo dejarlo todo, puedo despreocuparme, puedo confiar, puedo reclinar la cabeza sobre lo eterno, sobre el Uno. Porque si reclino la cabeza sobre el pecho amado y el amado es otro, se me puede escurrir la cabeza y caer quién sabe dónde. El otro siempre se puede retirar. Si apoyo la cabeza sobre un objeto de mi conciencia, algo que está fuera, no estaré en lo eterno, seguiré en el tiempo, soñando con la eternidad quizá.
Pero si mi cabeza reposa sobre la realidad profunda que soy, ya no habré de tener cuidado. Estaré en equilibrio, sobre el eje de lo real. Podría llegar a estar tan despreocupado que perdería la cabeza en la eternidad, junto con los demás objetos, y permanecería siendo únicamente una luz. ¿Quién se interesaría entonces por la desaparición de un objeto preciado? Desde lo eterno todos los movimientos aparecen y desaparecen inteligentemente en el tiempo, todas las creencias temporales son abrazadas desde allí.
Se nos ha enseñado en nuestra tradición religiosa, como se enseña en todas las demás, que hay que dejar lo que no es Dios para llegar a Él. Esta vía de renuncia puede ser sustituida por la vía aparentemente opuesta de aceptación total desde Dios, cuando ya no se encuentre anda fuera de lo divino. Primero dejamos lo que nos distancia de la contemplación, luego al descubrir la unidad totalizadora, a partir de esa comprensión, aparece una mirada nueva que todo lo incluye en la luz. Desde la visión nueva, nacida en la contemplación, las cosas dejan de ser cárceles que impiden mi libertad.
En la mirada contemplativa, todo tendrá la misma realidad unificadora de la divinidad. Todo estará hecho de luz. Una visión nueva, crea nuevas realidades iluminadas. Aquel que ha contemplado la luz, puede hacer lo que quiera, porque todas las realidades que se creen con esa mirada estarán en armonía con la vida. El que contempló la luz siquiera una vez, ya no verá nada de la manera habitual, hija del tiempo. Anclados en la temporalidad viviremos en el conflicto de lo que se puede y no se puede hacer. Y tendremos que regirnos por leyes o preceptos que nunca se adecuarán del todo al aparente caos de los deseos. Pero la luz de lo eterno, muestra la armonía en el mismo ámbito donde aparece la confusión. La libertad brota espontánea en el equilibrio que esa luz establece. Por la lucidez, somos libres en lo eterno. Este mismo instante es eterno. El presente es eterno. Y, ¿cómo puede imaginarse la eternidad? No lo que pienso, no lo que interpreto, lo que veo en un instante atemporal, es la visión eterna la luz que ilumina.
4.5 MIRANDO LA LUZ QUE MIRA
Tengo que aprender a mirar con la actitud inocente del que está enamorado o como el niño que ama la vida. Es así como se irán abriendo las puertas de lo real y viviré la plenitud que anhelo. Anhelamos la felicidad en lo limitado, pero es en lo ilimitado donde nos encontramos con esa felicidad que sobrepasa nuestras expectativas. Buscamos la paz dentro de nuestros hábitos de inquietud. Pero aquella paz con la que nos encontramos al traspasar lo irreal del pensar, no tiene la naturaleza de la paz conocida. La paz es la extensión serena del ser que somos. Necesitamos el amor, acostumbrados como estamos a la separación y la dureza de lo mecánico. Y cuando sin buscarlo lo descubrimos, nos sorprende su belleza imposible, el amor sin objeto que en la conciencia unitaria y silenciosa encontramos.
¿Dónde queremos llegar?, ¿qué queremos ser? Cuando nace en nosotros lo desconocido, desaparecen esas ansias de llegar a ser. Tomamos contacto con lo que es, vemos la luz que ve, y al tocarla nos hacemos la luz misma. Se acaba la búsqueda de seguridad, de placer, de disuelve la necesidad desde dentro. Yo lo notamos en ese silencio del primer contacto con lo real.
Si caigo en la hipnosis del tiempo, volveré a limitarme con creencias, hábitos del pasado, consignas mecánicas. Me sentiré confundido, cansado, aburrido, me parecerá que no hay vida dentro de mí. ¿Qué es lo que ha abierto ese abismo dentro de mi existencia? Me he salida de lo que es, de la realidad que está siempre ahí, en un presente eterno. Me he separado por la distracción de lo que soy y seré siempre. Pero esa separación no es real. Si en el tiempo me encuentro soñando, se que en un instante atemporal despertaré. Será cuando la luz que brota desde lo profundo de mí mismo, ilumine los espacios de las apariencias. Siempre habrá un momento contemplativo en el que la mirada serena repose sobre el equilibrio de la lucidez. Estaré vigilando ahí, alerta a ese instante único y total. La verdad está presente en todos los puntos que evolucionan en el tiempo desde la conciencia una. Sólo falta mi mirada verdadera en este instante. Quizá a través de estas investigaciones he aprendido a contemplar la realidad sin forma. Y al contemplarla he mirado en l a luz misma que mira.
¿Estoy en la luz que he descubierto o todavía no ha amanecido en mi conciencia? Si aún no se ha hecho la luz, vigilaré en la noche, atravesando las sombras soñadas, para no perder de vista el resplandor luminoso que se vislumbra detrás. Si ya se ha producido el descubrimiento, me quedaré en silencio, contemplando, enamorado, la luz que crea todas las cosas en el movimiento incesante del devenir. En un instante eterno descubriré que soy esa luz y mi destino es iluminar.
[wp-rss-aggregator limit=»5″]