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La autorealización como estilo de vida

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La autorealización como estilo de vida

La autorrealización se puede ver como un proceso de desarrollo de las capacidades innatas del individuo. Este desarrollo sería lo natural en el ser humano y, por lo tanto, en un escenario ideal no tendría sentido hablar de un proceso específico para ello; sería algo parecido a enseñarle a una planta cómo tiene que construir su tallo, sus ramas y sus hojas. Pero en el ser humano, debido a los diferentes procesos que atraviesa a lo largo de su vida, fundamentalmente en la infancia y adolescencia, se crean generalmente (en esta sociedad de hoy en día) miedos e inseguridades que frenan su desarrollo natural. En este sentido, se puede entender la autorrealización como un proceso en el que progresivamente la persona va descubriendo todos estos miedos e inseguridades que frenan su desarrollo natural y, al irlos descubriendo, los va liberando, de manera que se van eliminando los obstáculos para que este desarrollo se produzca con naturalidad.

Este proceso de desarrollo debería conjugarse con toda nuestra vida cotidiana, sin que hubiera incoherencias en ningún aspecto. Vamos a observar la realización desde tres puntos de vista, abarcados por los pares de opuestos trabajo-ocio, soledad-compañía y libertad-obligaciones.

El trabajo y el ocio

Desde el punto de vista de la realización como desarrollo del potencial humano, el trabajo supone un medio excelente. Sea cual sea el trabajo que me toca desempeñar en la vida para ganarme mi sustento, me obliga a desarrollar una serie de capacidades, facultades y habilidades.

Pero el trabajo es también una fuente de conflictos. En muchos trabajos necesito relacionarme con otras personas, lo cual es la mayor fuente de conflictos que puede darse. Y, debido a eso, supone un buen medio de desarrollo. El conflicto entre las personas no es que sea deseable, pero, lamentablemente, en general es inevitable por el modo en que nos estamos viviendo las personas. Y en el trabajo este aspecto se pone de manifiesto especialmente en lo que se refiere a la competitividad, a las envidias y celos profesionales, a los abusos de autoridad, a los favoritismos; en el hecho de sentirnos no valorados en la medida en que creemos que merecemos, o no sentirnos suficientemente apoyados, comprendidos o aceptados por nuestros compañeros de trabajo. Es decir, aparece una serie de conflictos que son el resultado de los conflictos internos que cada uno está viviendo y que, inevitablemente, generan una problemática en cuanto entra en juego la relación con otras personas.

Por lo tanto, si yo me he decidido a emprender un proceso en el que todos los obstáculos a mi desarrollo natural se vayan viendo y progresivamente solucionando, el trabajo es un medio ideal. Para ello, siempre tengo que enfocar cualquier situación conflictiva como una falta de desarrollo propia, como algo que yo tengo pendiente de solucionar en mí, porque la otra opción, y la que se suele dar con más frecuencia, es achacar siempre el problema a los demás, y que yo no vea, por lo tanto, la manera de solucionarlo. Todo problema de relación que yo tenga con alguien siempre lo puedo formular como un problema mío. O, dicho de otra manera, siempre hay una solución, de entre todas las posibles, que depende únicamente de mí. Puede ser que la vea muy difícil, o que me dé miedo ponerla en marcha, por sus posibles consecuencias, pero siempre existe una alternativa que depende solo de mí. Y esa es la alternativa que hay que buscar siempre, porque de otro modo el problema se queda sin solución, y lo peor que nos puede pasar como seres humanos, y especialmente en relación con nuestro libre desarrollo, es tener que aceptar que nuestro problema no tiene solución.

Por supuesto, en el trabajo no solo se viven conflictos, sino que también constituye una buena oportunidad de conocer a las personas con las que trabajamos cada día, de intentar conocerlas más allá de lo superficial, en la medida en que las exigencias profesionales lo permitan; y una oportunidad también de ser uno mismo con los demás, de mostrarnos tal como somos y no como se supone que deberíamos ser. Esto también es todo un reto, porque ahí pueden aparecer mis miedos, mis inseguridades, la creencia de que si digo lo que pienso y lo que siento no me van a aceptar, etc. Asimismo, es una oportunidad para superar esos conflictos y, de este modo, soltar todo el lastre que supone respecto a la realización.

Pero, para ello, los momentos de ocio son los más indicados: aprovechar la relación que tenemos de pareja, de familiares y amigos, para intentar que sea veraz y auténtica; mirar en qué medida puede serlo y en qué medida no lo es; en este último caso, por qué no lo es y qué puedo cambiar de mi actitud para que lo sea; qué hábitos he adquirido que me cuesta romper y que crean ciertas barreras que parecen insalvables en mi relación con las personas con las que comparto mis momentos de ocio.

Y también, con respecto al tiempo de ocio, puedo analizar a qué lo dedico; cuánto tiempo estoy dedicando a qué actividades y por qué lo hago de este modo; si realmente lo hago de esta forma porque así entiendo yo que debe ser mi tiempo de ocio, o bien si de alguna manera me veo obligado o coaccionado a ello por otras personas a las que no quiero defraudar, y qué creo que pasaría si de repente intentara cambiar eso; si me siento pleno con la distribución actual de mi tiempo de ocio o si, por el contrario, me gustaría dedicar más tiempo a otras actividades, pero no me veo capaz por el motivo que sea.

Todo ello lo puedo analizar detenidamente, con calma, tomándome el tiempo que necesite. Y la finalidad siempre es la misma: superar los obstáculos, liberar miedos e inseguridades, y dar paso al pleno desarrollo de mi potencial.

La soledad y la compañía

La relación humana puede llegar a ser tan conflictiva que, en ocasiones, resulta casi imposible la convivencia. Algunas personas, de tendencia natural más introvertida, asocian la relación humana con conflicto y buscan la soledad. Otras, por el contrario, viven una inquietud y una angustia que les resulta difícil afrontar, y son personas que no saben estar solas, necesitan estar siempre acompañadas de alguien. En relación con el proceso de autorrealización, es importante que se aprenda a estar a gusto tanto en soledad como en compañía. Se trataría de ver el aspecto positivo de ambas situaciones.

Cuando estoy con otras personas, tengo la posibilidad de expresarme, de explicarles lo que pienso, las cosas que me gustan, lo que me inquieta, mis objetivos en la vida. Puedo compartir mi punto de vista y que la otra persona lo amplíe con el suyo, lo cual me ayuda a profundizar en las cosas. Puedo evolucionar a partir de la experiencia y la visión del otro; y el otro, a su vez, puede evolucionar a partir de mi experiencia y mi visión. O puedo simplemente compartir un rato agradable, sin que sea necesario tener una conversación muy profunda, sino simplemente disfrutar de una actividad lúdica.

La compañía de otras personas enriquece y hace más amena la situación en muchas ocasiones, pero la soledad puede ser también una opción muy interesante y saludable. En los momentos de soledad uno no tiene que estar pendiente de los demás, y puede mirar con calma y reflexionar sobre aquello que le preocupa o le inquieta, y ver su origen, de dónde parte esa inquietud y esa preocupación, descubrir el miedo que las causa y la idea que está detrás de él: la idea de que yo soy poca cosa o soy «menos que…». Detrás de todo miedo, se encuentra una idea de ese tipo. Y es en la soledad donde uno puede recordar los momentos del día en los que las ideas negativas de uno mismo han impedido que se exprese o se actúe con soltura, naturalidad y espontaneidad, como debería ser en todo momento.

El trabajo de autorrealización es un camino que fundamentalmente se recorre en solitario, porque nadie te puede conocer mejor que tú mismo. Aunque es verdad que una buena guía constituye una ayuda inestimable, es a uno mismo a quien le toca comprometerse seriamente con el trabajo. Tampoco es una cuestión, en mi opinión, de grandes esfuerzos. Es más bien un ir haciendo en función de la demanda que surge mientras uno va viviendo. Pero ese «ir haciendo» debe ser con seriedad; no en un sentido de que no haya que reírse, sino de implicarse totalmente en lo que se está mirando y estar dispuesto a llegar al fondo de la cuestión. Y, para ello, es indispensable tener afinada una poderosa herramienta: la sinceridad.

La sinceridad es el pilar sobre el que se fundamenta todo camino auténtico de autorrealización. No puedo desarrollar plenamente mi potencial como ser humano si no desarrollo también totalmente mi capacidad de ser sincero. Una cosa va unida a la otra. Y desarrollar la sinceridad implica ser consciente de todas las ideas que estoy dando por ciertas, en las que me estoy basando para actuar como actúo o que provocan en mí diferentes estados emocionales (tristeza, irascibilidad, alegría exaltada…), y ver el grado de verdad que hay en ellas. Y en especial, respecto a las ideas que me dan una visión limitadora de mí mismo o de la realidad, se trata de ver cómo van en contra de la vida, que se reinventa a sí misma continuamente y que está en todo momento abierta a nuevas posibilidades.

La sinceridad también implica una gran exigencia en cuanto a la coherencia que mantengo entre lo que pienso, lo que digo y lo que hago. Y para poder desarrollar esta capacidad de ser coherente, debo estar muy atento para detectar y analizar las posibles incoherencias: por qué se producen; qué miedos me llevan a decir una cosa cuando estoy pensando otra o que me calle cuando debería hablar; y qué miedos o confusiones me conducen a no actuar de forma consecuente con lo que pienso.

La libertad y las obligaciones

Tal como las personas estamos viviendo normalmente, existe una gran diferencia entre libertad y obligación. Asumimos una serie de tareas como nuestra obligación y nos alegramos ante la perspectiva de poder disfrutar de momentos o períodos en los que no tenemos ninguna obligación, y entonces decimos que somos libres. La gran obligación, la obligación «estrella», es la de tener que ir a trabajar. Poca gente dice que disfruta con su trabajo; en general, sobre todo se oye el comentario de que trabajamos para ganarnos la vida, y se persigue el sueño de que algún día nos toque una primitiva y nos podamos retirar. Parece bastante difícil el hecho de poder trabajar en algo que nos guste y nos haga sentir plenamente realizados en nuestros días. Seguramente, habrá alguna parte de nuestro trabajo que nos agrade, pero este siempre conlleva otra parte que no nos gusta y que tenemos que aceptar, porque quien nos paga tiene derecho a exigírnoslo.

Que nos toque la primitiva es bastante improbable, así que parece que tenemos que hacernos a la idea de que seguramente no vamos a poder evitar tener que trabajar, mientras estemos en edad de hacerlo. Y la idea de tener que estar durante diez, veinte o treinta años «obligado» se puede llegar a hacer bastante difícil de soportar y puede suponer un gran obstáculo para la realización.

Lo natural debería ser que uno, hiciera lo que hiciera, estuviera en una actitud alegre, disponible, abierta, independientemente de si está trabajando o disfrutando de un período de descanso. Pero parece haber un mecanismo que cambia el chip en cuanto entramos a nuestro lugar de trabajo. Automáticamente etiquetamos la situación como «trabajo», y entonces este se vive como algo pesado, monótono, desagradable; es decir, hay una especie de mecanismo de huida que me impide vivir el trabajo con una actitud positiva. Además, la carga de «obligación» que se asocia al trabajo se mezcla con los aspectos que hemos comentado anteriormente: conflictos de relación con personas, luchas de competitividad con otros compañeros, ideas negativas que pueden aparecer, miedos, inseguridades, etc. Todo ello contribuye e intensifica la crispación que se vive en el ámbito laboral.

He centrado el tema de las obligaciones fundamentalmente en el trabajo, pero no solamente se viven en esa área. Las relaciones familiares, de pareja o amistades también implican de forma habitual muchos aspectos que se suelen vivir con obligación, por lo que suponen un problema.

Para eliminar los obstáculos que impiden desarrollar nuestro potencial con libertad, el aspecto fundamental es descubrir que los pensamientos saboteadores constituyen la principal barrera. Es necesario utilizar el pensamiento lo justo, es decir, usarlo para lo que realmente es útil. Hay que diferenciar entre el funcionamiento inmediato, ahora mismo, en presente, y el pensamiento, que se nutre de experiencias pasadas y se proyecta hacia un futuro. El pensamiento no sirve para ser libre, espontáneo y vivir con naturalidad. Sabotea nuestra felicidad, por decirlo así.

Para ser espontáneos y vivir con total libertad, debemos cultivar la inmediatez, que se puede indicar de muchas formas: como estar presente ahora, como darse cuenta, atención; como paz, serenidad; como una alegría serena; o como una total disponibilidad a hacer lo que debe hacerse en cada momento. Cuando uno está en la inmediatez, todo aquello que suele preocuparle al pensamiento pierde importancia. En mi opinión, esa es la mejor manera de reconocerla. Cultivar la inmediatez es sentar las bases para una vida libre de miedos, dependencias y frustraciones. Incluso, aunque se reconozca la existencia de unos miedos y dependencias como consecuencia de una historia pasada, la inmediatez puede ser cultivada, porque es aparte de todo ello. Los miedos solo son una especie de ruido en la superficie, pero sin generar ninguna molestia. En lo profundo, solo la inmediatez Es.

Es necesario cultivar la inmediatez para poder ser verdaderamente libres, para que de forma progresiva se vaya difuminando la línea divisoria entre libertad y obligación, y llegar a sentirnos libres en cualquier momento, independientemente de las circunstancias.

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